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—126— que viudez penosa, amargo llanto y triste soledad. Mas al Esposo de las almas puras (que á él se han consa- grado) no le toca la muerte, y esta, lejos de apartarme de sus brazos, me llevará á ellos, para jamás separarnos. Por eso envidio la muerte del alma re- ligiosa, que rodeada de otras almas cas- tas oye entonar para alivio de su ago- nía aquel ven esposa de Cristo á rect- bir tu corona.... A eso solo aspiro, á morir virgen, como la Madre del Ver- bo, para que mi alma vuele por los espacios celestes hacia el tálamo divi- no; y alli en aquel piélago infinito de suavísima luz, gozar las inefables deli- cias del divino Esposo, siempre puras, siempre nuevas, siempre llenas de'in- definildes consuelos. Dichosa yo; si aquí y allí logro vivir eternamente em- briagada en sus purisimos amores. Mi resolucion al menos es esta, y resolu- cion irrevocable, porque he jurado vi- vir y morir defendiendo la inmaculada bandera de la Virginidad. Esta flor, — añadió, mostrando á José el ramo de azucenas que tenia en la mano,—esta Wi a e, e ic e “YE
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