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me abraza y quedo pura, yo le acari- cio y me conservo casta, yo le estre- cho sobre mi seno sin dejar de ser vir- gen—y al decir estas palabras, apretó Inés sobre su pecho, el crucifijo que llevaba al cuello. —Pues que ese amor dure mucho y os haga feliz. —Eternamente! eternamente! res- pondió ella. El coloquio habia terminado: José estaba emocionado sin. acertar á se- pararse de allí. Aquella negativa ha- bia profundizado la herida de su cora- zon y casi lo habia transformado; á pe- sar de ver la imposibilidad de lo que pretendía, amaba á Inés mas que an- tes; pero la amaba ya con ese amor purísimo con que se aman los ángeles del cif,o. Renunciaba de buena gana á ser el esposo de Inés; mas queria po- derla llamar hermana. Amable Inés—volvió á decirle— me consuela el saber que no me des- precia V. por ningun esposo humano, sino por el divino: y puesto en paran- gon con El, yo no puedo menos que e e A Ds £ Al iS ' sx h 2 Ú d o YN

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