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% Pm quad A a er A A sé. Su rostro angelical conservaba la E acostumbrada expresion de franqueza y de candor; pero esta vez realzado por no sé que de misterioso. Una li- gera y dulcisima sonrisa se mecía al rededor de sus labios, como se balan- cea una rosa sobre el tallo que la sos- tiene; y su frente espaciosa, tersa y blanca, medio cubjerta con el velo de las vírgenes, parecia el trono don- de la pureza reina sin contrarios que la persigan. José, sin mirarla todavia, y extra- ñando su silencio, volvió á interrogar- la: Que me dice V., bella Inés? Esta dió un suspiro, y como si vol- viera de un éxtasis delicioso, exclamó con la esposa de los cantares: Mi Amado para mí y yo para mi Amaúo. José levantó los ojos y vió que los de Inés tenian aquella inocencia de pa- loma que dice el poeta sagrado, y que su mirada estaba fija mas allá de los objetos que la rodeaban, en uno, vísi- ble solo para ella, y que sin duda algu- nale habia robado el corazon; y al
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