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1 tegian sus ramos. El corazon le latia de una manera inusitada: sentia el áni- mo turbado, y temia que sus palabras comunicaran su turbacion á la cando- rosa Inés. Hizo un esfuerzo sobre-hu- mano para acercarse y adelantó unos pasos hacia ella; pero pronto retroce- dió ruborizado, porque le pareció un crimen turbar la paz de la inocencia, declarando el pensamiento que en su pecho abrigaba. Por fin se acercó con trémulos pasos y dirigió á las dos ami- gas esta melodiosa pregunta: Que ha- cen las palomitas de Maria? —Un ramo para nuestra Madre, contestó Inés, —Bien quisiera yo tener parte en el mérito de esta obra, y supongo que V. no despreciará la flor que yo le ofrezca. a —No, de ningun modo: que yo tam- bien tendré sumo gusto en presentar á Maria las rosas de un hijo suyo. —Dichoso me juzgo hoy porque mis flores serán ofrecidas á la Virgen por manos de V.,; pero aun seria más dichoso si... si... a s A E i al EN RE A de ia A 0 se po 1 pe Pd + dl 4 á E e 7d . * ' ; Arcadi le > ji e al E , A A, 40 e da ! > ie

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