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ee. os blime y acabado magisterio tenemos en la Madre de Dios! Maria que en el primer instante de su ser tuvo mas ciencia infusa que los Querubines, apenas la reveléd el Sefior los arcanos misteriosos é incomprensibles de su sabiduria, ere- y6 con humildad, sin pretender escudrifiar aquel océano de luz increada en que Dios habita, y empezd en el mismo instante 4 amarlo, y servirlo sin haber dejado pasar un so- lo momento desu vida, en que no creciese en ella esta fé por los actos continuos, con que la ejercitaba. {Qué confu- sion para nosotros si confrontamos nuestra fé con la de nuestra Madre y Maestra! En Maria todo ‘es humildad, castidad, recato, fuga del mundo, mortificacion de los sen-: tidos, y consideracion continua del amor de Dios, y de su propia bageza: en nosotros todo es disipacion, sensualidad, y orgullo. ;Qué anhelo por adquirir oro! ;Qué anxia por procurarse con él cuanto contribuye 4 fomentar la vanidad! {Qué furor en querer cada enal salir de su esfera, no con- tenténdose ninguno con lo que Dios ha dispuesto y permi- tido! ;Ay! Falta la f¢, y cuando no llevamos en la mano esta luz, facilmente hacemos divorcio con Dios, renunciando a} cielo por los bienes falaces y caducos de la tierra, y llegamos & ser quizéis mas inicuos que los espiritus malos, pues ellos. tiemblan delante de Dios, y nosotros lo despreciamos (1). Avivémosla por tanto, pidiéndosela al Sefior con humildad, y prometiéndole que corresponderémos 4 sus divinas inspi- raciones, Si queremos ir al cielo, este es.el camino. (1) Deemones credunt, et contremiscunt: homines credunt, et contem- nunt. (Div. Bernard. Serm. 4 de 8. Benedict.
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