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* — 244— sobre todas las cosas, sino de todo aquello que habia amado en él y por él. Porque mientras estaban los justos en este mundo, ansiaban por conocer 4 Dios, y tenian hambre y sed de la justicia para poseerlo: miaS en el cielo ya no pa- decerfn hambre ni sed, (1) teniendo una hartura infinita. 4Cual ser por tanto el gozo de nuestras almas, cuando veamos en el cielo 4 la Madre de Dios? ;Qué alegria sen- tiremos al ver aquellas excelencias que la embellecen? ;Qué inundacion de placeres inefables no nos baiiar& por todas partes al ver con toda claridad lo que es esta Virgen en el 6rden de la naturaleza, lo que es en el drden de la gra- cia, lo que es en la obra de la redencion, y lo que es en el 6rden de la gloria eterna? Cuando vivimos en la tierra militando en las banderas de la fé, vemos 4 Dios como por un espejo en oscuridad, (2) y conocemos sus misterios como quien contempla un objeto en un cristal empafiado, y Dios corona en el cielo esta fe, descorriendo el velo que la encu- bria 4 nuestra vi8ta débil, y se nos muestra tal como es, para que lo véamos intuitivamente. ;Ah! ;¥ nd nos sucede respec- tivamente otro tanto en el silbctitehks de su Madre San- tisima? {N6 humillamos nuestros entendimientos ante las obras misteriosas, que el brazo de Dios ejecuté en ella, adorando la sabiduria de Dios, que la hizo hija de Adan, sin contraer su reato, Madre suya, siendo siempre Virgen, Madre del Criador, siendo criatura, y semejante en cl amor del mundo al eterno Padre, en el deseo de redimirlo al Hijo y en las operaciones de este amor al Espiritu Santo, no siendo 4 pesar de tantas grandezas sino una pura criatura? iN6 anhela el justo por ver aquella frente mas serena que (1) Isai. cap. 49. v. 10. * (2) 1! Corint. cap. 18. v. 12.

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