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La Pascua con su octava y demás días que trans- curren hasta el Domingo de la Santísima Trini- dad simboliza la vida feliz y dichosa del Cielo, la cual Jesucristo nos conquistó por su muerte en la Cruz.- Así, pues, carísimos lectores, alegrémonos y re- gocijémonos con nuestra santa Madre la Iglesia durante estos santos y gozosos días pascuales. «Alabemos al Señor, os diré con el gran Padre de la Iglesia San Agustín, alabemos a nuestro Dios, repitamos : Aleluya. Representémonos por todos estos días el día que no tendrá fin. Dirijamos nuestros pasos hacia esta eterna morada. «Felices aquellos que moran en vuestra casa, oh Señor, Ellos os alabarán por los siglos de los siglos.» Sí, nosotros entraremos en esta Casa, que es el cielo, AMí alabaremos a Dios, no por cincuenta días (tiempo pascual), sino como está escrito : «por los siglos de los siglos». Nosotros veremos, amaremos, alabaremos... todo será eterno. Alabemos, sí, alabe- mos, mas no alabemos solamente con la voz, ala- bemos también mediante nuestras obras; que nuestros labios alaben, que nuestra vida alabe y que ella sea informada por la caridad, que nunca muere. ¡Oh! ¡qué dichoso y qué tranquilo será entonces el canto del Aleluya! Aquí abajo nos- otros lo cantamos, pero en medio de las solicitudes del mundo; allí lo cantaremos en la paz. Aquí lo cantamos en el viaje hacia el Cielo; allí en la Patria. Ahora, pues, hermanos míos, cantémosle, no para entretener el reposo, sino para aliviar el $

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