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digna de nuestro culto y adoración, pues está san- tificada por el contacto de los miembros sagrados de Jesús, y, por otra parte, es la bandera que he- mos jurado defender y seguir hasta morir ; mas de un modo especial se le debe culto y adoración en el día de hoy, en que conmemoramos su santifica- ción por la sangre preciosísima de Cristo Jesús con que fué regada. Durante la adoración de la santa Cruz se cantan los Improperios, o sea unas tiernas reconvencio- nes de Dios al pueblo judío, que le entregó a la muerte, En ellos el Divino Redentor les va enu- merando todos y cada uno de los beneficios que les había hecho desde que los sacó de Egipto hasta aquel tiempo, y, a pesar de tantos beneficios, éste, ingrato, le entregó a la muerte, y muerte de Cruz. ¿No es verdad que estas mismas reconvenciones podría hacer el Salvador a muchísimos cristianos de nuestros días? ¿No es cierto que, como al pue- blo judío sacó del cautiverio de Egipto, también sacó al cristiano del cautiverio de Satanás, y que le ha prometido la entrada en el cielo, verdadera tierra de promisión, si permanece fiel a su santa ley y que, además, le ha dado todos los medios para ello? ¿Por cuál, pues, de estos beneficios le ofende tan gravemente? Los Improperios constan de tres partes. En la primera se canta, alternando con estas reconven- ciones, el trisagio en latín y griego: Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, ten piedad de nos- otros. Este Trisagio se cantó por primera vez en el Concilio de Calcedonia (año 451).

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