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VIERNES SANTO ¡ Viernes Santo! Palabra fatídica que sugiere a nuestra mente ideas tristes y lúgubres. Pues ¿qué cristiano hay que al pronunciar u oir pronunciar estas palabras Viernes Santo no recuerde la san- grienta escena que hace casi diez y nueve siglos tuvo lugar en el Gólgota, allí en las afueras de la ciudad deicida ; y no siente estremecerse de dolor y espanto hasta las más recónditas fibras de su corazón? Este día siempre ha sido considerado en la Iglesia como día de duelo general y de ri- gurosa penitencia ; Dies amaritudinis quo jejuna- mus ; día de amargura, dice San Ambrosio, en el cual ayunamos. Antiguamente tan riguroso era el ayuno, que en muchas partes no se probaba bocado en todo este sagrado día. En este lúgubre día, en el que hasta la natura- leza se estremeció de horror y el sol se ocultó por no presenciar el horrible crimen que el pueblo de Israel cometió contra su Criador, la Iglesia llega al período álgido de su dolor y tristeza por la muer- te de su celestial Esposo. El sagrado recinto del templo yace en el más profundo silencio, sus alta- res santos, despojados de todo adorno; su pavi- mento y paredes presentan el aspecto de un sepul- cro ; sobre el altar, en el que van a celebrarse los santos Oficios de este día, se ven solamente seis velas de color amarillo, sostenidas en sencillos can-

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