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A “orar AI de muchos millones; se nos da el mendrugo de pan después de largas antesalas... Désenos, seño- res, con dignidad, reconociendo nuestro derecho, no como a femélicos a quienes se despide de cual- quier modo para que no molesten. Con más dine- ro podríamos tener internados de niños mapuches, y educarlos de manera que fueran después bue- nos jefes de nuevas familias; con más dinero, nuestras incansables cooperadoras, las Religiosas de la Providencia, las de la Santa Cruz y las Her- manas Terciarias Franciscanas podrían mantener internados de mapuchitas, de donde saldrían des- pués las reinas de las rucas, tan reinas como las matronas de nuestros hogares. Ya expuso el P. Je- rónimo con la elocuencia de los números y con su ruda franqueza bávara, cómo, de una pobla- ción escolar de 8,000 niños indígenas, apenas 3,000 reciben instrucción y educación; ¿no bastan los 5,000 restantes, que quedan sumidos en la ig- norancia y en la barbarie, para continuar la tris- te historia de la poligamia y neutralizar en lo fu- turo nuestra acción apostólica? Que venga, pues, la ley a regularizar el hogar araucano; señale parcelas de tierra exclusiva- mente a los hijos de la primera esposa legítima del indígena; no faverezca indistintamente, como ahora lo hace, a todos los hijos del polígamo, y éste sentirá luego la sanción social en lo que más le duele, en sus intereses económicos: procurará regenerarse.

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