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ahora protección al misionero para rehabilitar la conciencia del indígena, y sentar así la firme base donde se aplomen las leyes que protegen el hogar araucano, lo pido en nombre de Dios; no debo ahora disimular mi carácter sacerdotal: hablo en nombre de intereses absolutos, no relativos: ha- blo en nombre del alma inmortal, que hace del indio mi hermano, hijo del mismo Dios; buscando esta alma venimos desde las montañas de Baviera y desde las vertientes del Pirineo hasta las selvas de la Araucanía. Como sacerdote, pues, y misionero, en nombre de 80 hermanos míos capuchinos, que evangeli- zan la región araucana del Cautín al Sur, pido que se proteja la acción de nuestro sagrado ministe- rio con prestigio, con dinero y con el apoyo oficial que debemos esperar del Gobierno de la Repúbli. ca. El misionero no debe depender de loz emplea- dos públicos como si fuera uno de ellos, estorbado continuamente en la prosecución de los intereses trascendentales encomendados a nuestra respon- sabilidad; no podemos estar a merced del recep- tor, del juez, del explotador, que nos den ante el indígena la apariencia de cómplices en la tiranía que los oprime. El misionero debe tener medios pecuniarios para poder socorrer al indio en $us hambres, en sus desnudeces, en su abandono. Es humillante, señores, vernos en la Moneda o en las Tesorerías Fiscales de los departamentos, mendigando unos centavos filtrados por mil trá- mités que no se imponen a veces a la inversión

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