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— 83— Una joven araucana había sido entregada a su pretendiente por su padre, el cual había recibido la conpensación convenida por su hija. Esta no amaba al pretendido novio; su alma se resiste a una unión sin afecto. Huye de la ruca y se refu- gia en la capillita de la misión, donde llora y reza y espera que el misionero la vea. El misionero, al observar la presencia de la indiecita, le pre- gunta el motivo de sus lágrimas; y ella le cuenta la violencia que se le quiere hacer; acude al Pa- dre como al defensor de su conciencia y de su libertad. Muy luego acuden allí mismo el padre y el pretendiente reclamando la niña, la cual, de- fendida por la autoridad del misionero, queda por fin libre: triufó su amor sobre las desintere- sadas miras de los que la oprimían. Fijaos bien, señores, en los sentimientos her- mosos de esta joven araucana; siente muy hon- damente su dignidad de mujer, se refugia en su corazón y... no se entrega, Pero siente también que sólo la religión puede amparar la santa autonomía del alma; no acude al poder civil; sabe que la ley es dura y fría; acude a la religión, que está sobre la ley. Así se ve ala joven cristiana, a quien el misionero pre gunta si quiere al esposo con qnien va a unirla en matri- monio, mirar dulcemente al Padre, como extrañada de que se la consulte en acto de tanta trascendencia, pero que en la moral mapuche no exige tal trámite. Ni aun en el lengua- je indígena existe palabra que represente la idea de con-
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