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ble en la hermosa región de Arauco?... ¿Qué harán esas mu jeres solas, abandonadas”... Para un grupo de ellas que se reúnen y viven de su escaso trabajo, existen muchas más que se cobijan bajo el amparo de un indio que les promete avudarlas a cambio de la convivencia. No para excusar el desorden, sino para inducir a muy se rias reflexiones a cuantos aprecien en algo el pudor y la san- tidad del hogar, hacemos públicas estas miserias. Pero me preguntaréis ¿cómo es que ese mal re- siste a la evangelización del misionero; que éste no haya conseguido, en tres siglos, crear un am- biente favorable a la monogamia, combatiendo las causas del mal que condenamos? Hay aquí una cuestión histórica que es preciso considerar. Recordad que los conquistadores es- pañoles, héroes legendarios, nunca superados por la epopeya, dignos de medir sus armas con los in- victos araucanos y de formar este pueblo chileno de la mezcla de dos sangres guerreras y genero- sas, llegaron a esta tierra sin mujeres... Una en- contramos en las jornadas gigantescas del desier- to de Atacama y de los años azarosos de las pri- meras conquistas entre el Mapocho y Bío Bío; la encontramos junto a Pedro de Valdivia . pero... ésa era su manceba: este es el lado flaco de un hombre invencible... Pero este hecho indica muy claramente que los caudillos y los soldados no an- daban solos en sus excursiones guerreras... El misionero llegó al araucano amparado en la con- quista; el araucano, como supo distinguir luego al soldado del sacerdote, cedió a la influencia re-

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