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AAA AU am pr ra araucano. Sin salirnos del mismo aspecto económico de este mal tan grave, encontramos todavía una no- ta odiosa. La mujer araucana trabaja casi exclu- sivamente la chacra del indio; no practica las la- labores de la agricultura en grande, pero en hor- talizas y frutas es casi la única operaria. Ahora bien, el hombre araucano acepta varias mujeres en salvaje mancebia, no por voluptuosidad, sino, de ordinario, por cálculo económico. Tiene tantas chacareras como mujeres. Esto, repito, es error de apreciación en la dignidad de la mujer; pero es consecuencia de la pobreza a que se ve reduci- do; la mujer es una parte de su pobre hacienda. Otra causa, que radica en la concepción indivi- dual de la vida y de la educación, es la falsa opi- nión que tienen los padres de la moral sexual, mezcla de ética y de previsión prolífica. Senci- llamente llega el joven mapuche a los 15 o 16 años; la inclinación al otro sexo se manifiesta luego; el padre lo observa, teme que se desmora- lice y se agote en desvaríos sin freno, y... acon- seja a su hijo y le ayuda en la empresa de buscar y encontrar mujeres de edad provecta que le Esto indica que es considerada parte de la ha- cienda paterna; si hay, pues, quien la acepte, aunque sea en calidad de segunda o tercera mu- jer, la entregará por un sentimiento de codicia: he aquí una causal económica de la poligamia, como deducción de un proceso lógico de ideas fal- sas respecto de la autoridad del padre de familia
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