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A A EA — 62- ¡73 años de apostolado! ¡Qué suma de sudores, sacrificios, desengaños, de santa y heroica constancia y tenacidad! Tal vez me preguntaréis: «¿ Y todavía hay arau- canos queson paganos? ¿Hay misiones entre infie- les propiamente dichas? Los hay, hermanos míos. Hay indios paganos por miles todavía; pues la conversión de una raza como. la araucana no es cosa de 50 o 100 años, sino de siglos. Pero cuestión de honor debe ser para cada chi- leno el contribuir con generosidad para la pronta y completa civilización de la raza indígena. ¡Oh, con cuánto gusto y con qué generoso, co- razón contribuiríais a esta obra tansanta, tan pa- triótica, si supierais el bien inmenso que hacíais con ello! Os contaré un solo ejemplo, porque el tiempo no me permite más. No hace mucho, fuí llamado para dar los últimos auxilios a una mujer araucana que vivía en los últimos rincones de la cordillera. Le había enseñado los años anteriores las oracio- nes y demás prácticas religiosas, en su idioma, por supuesto, pues no entendía el castellano. Al llegar a su ruca, me dijo con toda sencillez: «Padre, ayiin ñi kiime amuan, ñi puwan feichi wenu mapu. Fei meu mai ayúfun mi kiipaian ñi kelluafiel, ñi-kiimelean. Padre, me dijo, quiero que me vaya bien en mi viaje al otro mundo. Por eso mandé llamarte, para que me ayudes a que me vaya bien». Y después de recibir los Santos Sacramentos,

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