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A de novicios. Y este vencerse a sí mismo, este con- tinuo humillarse y acomodarse, dió a su voluntad mucha soltura y soberano señorío e indomables energías. Y esta voluntad aferrada a la práctica de todas las virtudes cristianas, abraza la verdad evangélica. ¡Ah, católicos! ¡qué potencia dominadora, qué fuerzas conquistadoras para el campo del apos- tolado era en nuestro Santo esta voluntad acera- da en la práctica de las virtudes cristianas! Ved- lo, católicos; admirad al incansable misionero de la Propaganda, cómo anda por los caminos nevas dos de las regiones alpinas del Sur de Alemania, de pueblo en pueblo, de casa en casa, predicando, refutando los errores de Lutero, Zwinglio y Cal- vino, perseguido, calumniado, amenazado de muerte, pero siempre sostenido por aquella ener- gía, por aquella férrea voluntad, para la cual los obstáculos exteriores no son más que las peque- ñas pedrezuelas que un carruaje de poderosa fuer- za encuentra en su camino: al pasar las aplasta. La verdad había ganado su voluntad, y, final- mente, había ganado su corazón. El verdadero apóstol debe tener necesariamen- te un gran corazón. Para las empresas del apos- tolado la inteligencia es la luz que alumbra; la voluntad, la voz que manda; el corazón, la fuerza que impele. El corazón del apóstol es como una poderosa turbina que transforma en fuerza mo- triz las corrientes de los sentimientos. Esto vence en la persona de nuestro apóstol. Su

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