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Durante Y años se encierra el gran hombre en el claustro, para ilustrar su inteligencia con las sublimes verdades de nuestra religión. Bebe de las fuentes de la dogmática, apologética y contro- versia. Oídle predicar después, católicos, en el púlpito de Altorf y de Feldkirch; oídle refutar los erro- res de Lutero, de Calvino: raudales de luz brotan de sus labios apostólicos. calvinistas tuvieron que rendirse ante él: el pue- blo protestante exclamaba que nunca había oído tan gran predicador. La verdad evangélica había ganado la inteligencia de nuestro apóstol. Sí, el heraldo del Evangelio debe ser un santo y sabio al mismo tiempo. San Fidel llevaba junto al en- canto irresistible de la virtud, la luz de la cien- cia, antorcha que alumbra el camino. La verdad había ganado la inteligencia del San- to, y había ganado su voluntad. San Fidel era un hombre de hierro, vaciado en el molde de la aus- teraregla y constituciones capuchinas. Como buen soldado de-Cristo, se había ejercitado en todas las virtudes cristianas, humilde obediencia. El célebre e idolatrado abo- gado Marcos Roy, que con tanta destreza había manejado la pluma, en el convento de Friburgo empuña la escoba para barrer los corredores y piezas del convento, como el último novicio. El que fué aclamado con entusiasmo por su audito- rio, en sus célebres alegatos, se humilla con silen- cio ante las pequeñas reprensiones del maestro JORNADA en ayunos, Los mismos teólogos largas vigilias y J

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