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eo — 96 — ¡Ah, cristianos! ¡qué vasto, qué amplio es el campo del apostolado! ¡Cuán altas y elevadas sus tareas y empresas! Si tan alta misión es el apostolado, alta y eleva da debe ser también el ánimo del apóstol. Sí, el apóstol debe vivir en lo alto, para ser pregonero y heraldo del Evangelio. Dice el Espíritu Santo en Isaías: «Súbete sobre un alto monte, tú que anuncias buenas nuevas a Sión; alza esforzadamente tu voz, álzala, y no temas!»—Si el apóstol debe vivir en lo alto, debe tener un corazón magnánimo, debe ser un hombre a quien la verdad evangé- lica ha ganado su inteligencia, su voluntad y su corazón. Aplicad, católicos, lo dicho, a aquel hombre su- perior, en cuyo honor estamos reunidos hoy en esta iglesia. San Fidel era un apóstol en el senti- do más amplio de la palabra. Era un hombre, a quien la verdad había ganado su inteligencia, su voluntad y su corazón. El célebre abogado Marcos Roy, así se llamaba San Fidel en el siglo, doctor en Derecho civil y canónico, después de una gloriosa carrera en el foro, renuncia al mundo y se hace sacerdote. El mismo día de su primera misa recibe, de las ma- nos del P. Guardián del Convento de Friburgo, el hábito capuchino, el 4 de Octubre de 1612.

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