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— 54 — Mi auditorio lo componen, desde que dejé el suelo patrio, las figuras legendarias de los aborí- genes chilenos y los sencillos campesinos de la Frontera de Chile; y hoy me toca hablar ante un selecto auditorio del centro de la cultura del país Los temas de mis pláticas consistían en las sen- cillísimas explicaciones de las verdades más fun- damentales de nuestra religión, ofrecidas con las ilustradas con ejemplos y analogías tomadas de la vida del araucano, de sus animales, campos, montañas y volcanes; y hóy palabras más simples se espera de mí que cante en frases elegantes y felices conceptos la gloria del primero y más grande mártir de la Propagación de la Fe, del ilustre capuchino San Fidel de Sigmaringa. ¿No tengo, pues, razón para turbarme y temblar? ¿No es un gran atrevimiento el mío al presentarme aquí ante vosotros? Sin embargo, he subido al púlpito con cierta confianza. ¿En qué se apoya? Primero, estoy aquí obedeciendo al mandato de mi Superior; obro, pues, por obediencia. En se gundo lugar, confío en la bendición de mi seráfico Padre $S. Francisco, y en la intercesión de su ex- clarecido hijo San Fidel, cuya gloria anuncio hoy. Y, finalmente, hablo como sacerdote católico, a ca- tólicos. Aunque nos separen largas distancias, ríos impetuosos, cordilleras, mares e idiomas, nos entendemos; hijos somos de una misma ma- dre, somos hermanos.
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