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29 —= mados con sus hijos, mujeres y rucas; miles han sido asesinados por defender el rasguño de tierra, y miles porque no se dejaban robar sus animales y mujeres. Y, sise asesina a un indio, no pen- séis que el matador irá a la cárcel. Se afirmará que el muerto fué el asesino, y su cadáver se lle- vará al presidio. Vosotros sabéis que a los corrup* tores más notables de los indios, a los que se en- riquecieron embruteciéndolo con el alcohol, se les han levantado estatuas. Sólo la Religión ha estado de nuestro lado endulzando nuestras penas. Reli- giosos como el R. P. Jerónimo, son los únicos que enseñan al niño sus deberes y muestran al viejo desconsolado un más allá, a donde podrá llegar, no obstante habérsele robado su caballo y quitado su lanza que debían acompañarlo en el viaje eter- no.” «Los últimos caciques, concluía Manquileff, me encargan, señores, que vengaa depositar a vues- tros pies lo único que les queda: la vida de sus hi- jos y el vigor de sus mocetones, para que los reco- jáis, les deis en vuestra casa un rincón donde dormir y os sirváis de ellos como buenos colabo- radores en el engrandecimiento patrio.” El Congreso Araucanista, señoras y señores, profundamente impresionado, manifestóse re- suelto a amparar estas súplicas emanadas de lo más íntimo del alma araucana, y alcanzó a tomar medidas que tuvieron notoria influencia en favor de los indígenas, logrando contener si no, extin- guir, la voracidad de sus explotadores,
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