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AX PP [X$¿$ a ron rem. A LS 2 A AA 28 — La nación entera se sintió conmovida con la gran empresa comenzada bajo los más favorables auspicios; los poderes públicos, es justo y es grato recordarlo, le ofrecieron 3u concurso, y el Con- greso Araucanista fué considerado como la por- tada gloriosa de una nueva vida, como arco de triunfo que marcaría el tránsito de una era abo- minable, a una era luminosa y fecunda para la invicta Arauco. En ese Congreso se logró descorrer el velo que ocultaba multitud de problemas que la justicia, la caridad y la utilidad nacional deben resolver sin demora. En. él escuchamos, llenos de estupe- facción, las quejas y demandas de nuestros indí- genas, que tenían el acento del gemido mezclados con la altivez ingénita del araucano. “No vengo a llorar como mujer, lo que mis abuelos supieron defender como hombres”, decía Manquileff, el bravo descendiente de los héroes legendarios; campeón de su raza, que combate hoy en defensa de los suyos, no con la lanza y la flecha, sino con la pluma y la palabra. “No es tan triste, agregaba, morir luchando con el enemigo, en franca lid, como morir enve- nenado por quien dice ser nuestro amigo y bebe en nuestra misma copa.” "Somos todavía cerca de 200,000 individuos, que esperamos ver algún día calmada la tempestad permanente que ha azotado nuestras cabezas. No tenéis idea del Vía Crucis que ha atravesado mi raza en el último medio siglo: miles han sido que-
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