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= Yi= minios de Motezuma, al imperio de los Incas y a los confines de la América! Selvas vírgenes de la Araucanía, ¡saludad a nuestros ilustres Misioneros! Lagos y ríos cauda- losos, ¡recibid ansiosamente en vuestras aguas a esos nobles viajeros que, entonando piadosas barcarolas al compás de sus remos, van dibujan- do la estela de la fe! A la labor de aquellos beneméritos religiosos, únese la de los ínclitos redentores de cautivos y la de esos soldados incomparables del ejército de Ignacio de Loyola, de cuyas filas se destaca un nombre que la memoria de todos los chilenos re- cuerda con veneración, cuya vida fué la sucesión continua de gloriosos combates en favor de nues- tros indígenas, quien, como dice el eminente au tor de «Los Orígenes de la Iglesia Chilena», nues- tro venerado y querido Prelado, Illmo. y Rdmo. Sr. D. Crescente Errázuriz, es la figura de esos héroes legendarios que atraen y llenan de entu- siasmo a todo noble corazón: Luis de Valdivia. Con letras de oro ha escrito la Historia de la Iglesia las proezas de celo evangélico realizadas en lucha nobilísima a favor de los indios oprimi- dos. Es la lucha que vino a encender Cristo en la tierra, la lucha que ampara al débil contra las violencias del poderoso, lucha de veinte siglos en defensa de los principios inmutables de la justi- cia, la lucha del Amor predicada en las montañas de Judea a las multitudes absortas que escucha- ban de los labios de Jesús palabras jamás oídas:

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