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—. 19 — más obras cristianas, que la predicación del Evangelio a los salvajes es, entre todas las obras de caridad, la obra de caridad por excelencia: la más bella, la más fecunda y la más católica. No hay otra cuyo objeto sea más grande ni cuyo ejer- cicio exija más heroicas virtudes. Revistiendo sus palabras de toda la majestad de su Omnipotencia, el Maestro Divino dijo asus dis- cípulos: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Os delego este poder: id y enseñad a todas las gentes. » En obedecimiento de este mandato, se presen- ta el obscuro pescador de Galilea, los pies desnu- dos, encorvado bajo el peso de los años, a la ciu- dad reina y señora del orbe, en cuyas calles se levantan los palacios de mármol al lado de los templos de innumerables columnas, frente a la soberbia mansión de los Césares, a cuya sobera- nía habían sometido cien pueblos sus huestes in- vencibles; y levanta Pedro el estandarte de la Cruz, la Cátedra Suprema de Verdad de la cual brotara luz inextinguible que alumbraría la marcha de la Humanidad. Fieles al gran mandato, los sucesores de Pedro envían a todas las ciudades y a todas las riberas esos pacíficos conquistadores que se llaman mi.- sioneros, falanje gloriosa que, con la antorcha de la fe en la mano, marcha a través del mundo, a través de los siglos, del Oriente al Occidente, desde el Calvario hasta la eternidad, disipando las tinieblas de la noche obscura, tenebrosa, del

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