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la armada española y gobernador militar de Cataluña, fundaba la gran misión del Orinoco en la América central, y las misiones del Congo en Africa, secundado con entusiasmo por sus hermanos españoles y belgas, El admirable flo- recimiento del Apostolado franciscano en aque] siglo se hace notar en 1664 por el heroico celo desplegado en la Nigricia por el capuchino espa. ñol P, Serafín de Sierra Leona. En*1667 mu. rió cargado de laureles el gran apóstol de Ar- menia, P. Gabriel de Chiaon; al mismo tiempo que en 1671 el P, Biegio de Angers caía despe- dazado en su misión camino de Bagdad, en odio a la fe que predicaba. En 1694 moría santa- mente consumido por las fatigas apostólicas el capuchino aragonés P. José de Carabantes, mi. sionero y taumaturgo, que había recorrido to- da la América central; al mismo tiempo que el P, Andrés de Burgos hacía lo propio en el Con- go africano. En 1690 caían víctimas de su ardiente celo en la Misión de la Trinidad los PP. Esteban de San Félix, Marcos de Vich y Ramón de Figue- ras. ÁA estos siguieron en el siglo XVIII, veinte capuchinos catalanes sacrificados en Venezuela: y luego en los albores del siglo diecinueve, en las Antillas, el incansable predicador V. P. Esteban de Adoain, único que pudo acompañar en sus correrías apostólicas al venerable P, Antonio Claret. En el Asia el P, José de Burgos; en Siria el E, Andrés de Conto, masacrado en Drusio el
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