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-8- rrados, buscando asilo para sus personas y liber– tad verdadera para sus conciencias. Ni faltaron en este tiempo á nuestro Olegario algunas tenta– ciones que pretendieran seducirle para que, de– sertando la estrechez de la vida monástica tri– llara los senderos más amplios del mundo,' don– de hallaría los halagos del placer y la fortuna. El cielo le había dotado de una voz potente y armoniosa, con la cual cautivaba la atención cuando en el coro cantaba las alabanzas divinas, y varias veces se vio constreñido el pobre fraile expatriado á escuchar, envuelto en elogios me– recidos, el pérfido silbido de la serpiente que le inducía á huir del claustro para recoger el vano y corruptor aplauso de las multitudes en los tea– tros; pero él no se dejó nunca sorprender, y mos– trando el burdo sayal que le cubría, respondía á quienes le incitaban que « ya su fortuna estaba hecha». La diócesis de Parma, en Italia, ofreció por fin una residencia tranquila á nuestros Religio– sos, donde pudieron esperar la disposición de los Superiores acerca de su destino, y fue allí donde, el 31 de diciembre de 1837, tuvo FRA y ÜLEGARIO DE BARCELONA la dicha de recibir la imposición de las manos y la ordenación sacer– dotal. Fecha doblemente gloriosa ésta que al través de los tiempos debía tener entre nosotros una rememoración magnífica, mezclándose el jú– bilo de su recuerdo con los pomposos festejos que, por igual motivo, exaltaron el nombre de un Máximo Pontífice.
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