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-7- nesta irrupción en los consejos del gobierno de la Península, y el furor sectario se desató con tal saña que á los mejor librados apenas les dejó el tiempo necesario para cambiar de tra– je y abandonar más que de prisa sus conventos. Hallábanse los Religiosos en el refectorio cuando el Superior de la Casa á que FRAY OLE– GARIO pertenecía recibió la despótica conmina– ción de .abandonarla en el término de pocas ho– ras y en el traje secular. Preciso fue ceder á la coacción, pero los humildes Capuchinos, lejos de aprovechar la circunstancia que tan «liberal– mente » les ofrecían sus «libertadores» para vol– verse al mundo, abominando de la «tiranía con– ventual », prefirieron ¡retrógados y oscurantis– tas! emprender el camino del destierro para con– tinuar en otros países la dura vida comenza– da, antes que cometer la ignominiosa apostasía con que, á título de mentida libertad de concien– cia, su misma patria les tentaba. Ancianos y jó– venes aceptaron, pues, gustosos el terrible os– tracismo, y fue ya un gran mérito para nuestro incipiente Capuchino el que, en la plena moce– dad, todavía fácil á los incentivos del siglo, no en– trado aún en el sacerdocio, no se arredrase ante la heroica resolución y siguiese con ejemplar exactitud, cual si dentro de los muros del con– vento permaneciera, la severa observancia de los votos y disciplina con que se ligara ante Dios. Los caminos de Francia y de Italia presencia– ron una y otra vez la odisea de nuestros deste-
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