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‘ | | | | ca A ec tural para las obras meritorias de vida eterna, y este no hubiera podido jams quejarse de su desven- tura, ni atribuirla 4 otro mas que 4 si mismo, pues el mismo se la habia labrado. Pero, ;6 amor inefable de Dios para con los hom- bres! Aun no habia el primero de todos sacudido el i yugo suave de su ley de amor, cuando ya el Padre eterno se complacia en la humildad y obediencia con ue su propio Hijo hecho hombre se habia de sacri- r por el hombre pecador: y al verlo clavado en el madero afrentoso, y derramando arroyos de san- , gre de su precioso cuerpo, aplacaba su indignacion y daba nuevas gracias 4 los pecadores, ganadas todas por su Hijo, y por sus mérités previstos desde la eternidad los absolvia 4 todos de la culpa y pena eS eterna, y los llamaba hijos adoptivos, enjendrados ; de nuevo en las entrafias de su misericordia y en el | ‘corazon desu Hijo Unigénito, dandoles en este la herencia del cielo que basing perdido. ;Podria jam4s una pura criatura procurar al hombre tanto bien? Hé aqui que las naciones son reputadas como una go- ta de agua, decia Isaias, y como un pequefto grano en el peso: hé aqui las islas como polvo wees todas son como si no fueran, y él las considera como nada y cosa vana.' No era posible por tanto que lo que en su naturaleza no es sino polvo y nada, aplacase 4 un Dios inmenso y eterno. : Considera pues, alma cristiana, cuanto debes 4 aquella sangre que desde el principio del mundo elevaba su voz 4 los cielos, y gritaba, no como la de Abel pidiendo venganza por el crimen, sino gracia 4 Cap. 40. v. 15. 17.
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