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a de su cuerpo y sangre reconcilié el cielo con la tier- ra, y gané para los hombres todas las gracias con que habian de adquirir la vida eterna? ; Contempla pues, alma cristiana, qué ruegos has de dirigir al Sefior, qué lagrimas de compuncion has de derramar en su presencia, y qué preces tan fervien- tes han de salir de tu corazon antes de acercarte & la sagrada mesa donde has de recibir al sacerdote eter- no, que por haber amado la justicia y aborrecido la iniquidad fué ungido por su Padre con el éleo de la alegria. ‘ ;Ser& posible que abrigues en tu interior el mas minimo afecto al pecado, cuando vas 4 incor- porarte con Jesucristo, que dié su vida por borrarlo? jAh! Tengamos presente, que somos el e escogt- do, el sacerdocio real, la gente santa, porque estamos unidos al cuerpo mistico de Jesucristo que es rey in- mortal de los siglos, y sacerdote eterno. * Y siendo miembros de este cuerpo, hemos de vivir segun vive ~ nuestra cabeza: pues de lo contrario, nos separamos de él y nos agregamos al que es cabeza de todos los malos. O Jesus mio, haced que por dentro y por fue- ra, en el corazon por la humildad y mansedumbre, y en el cuerpo por la mortificacion, me revista de vos, que sois mi Sejiory mi Dios, mi gloria y mi esperanza. 1 Ps, 44. vy. 8.—* 1 Pet. cap. 2. v. 9.

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