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— 323 — la Eucaristia al que es la flor de la virginidad i el 1 lirio precioso de los valles. Habiendo venido el Hijo de Dios 4 la tierra 4 destruir las obras de la carne, y no habiendo querido nacer sino de una virgen, es evidente que no puede haber obra alguna buena, si- no esté acompaiiada de la castidad: ni es posible que Dios viva en nuestros corazones, si no los preserva- mos del contagio de la lujuria, porque solo la pwreza es suficiente & recibirlo, y d conservar su presencia. 1 Mas, si queremos ser castos en pensamientos, pala- bras y obras, hemos de huir de toda ocasion de peca- do, y hemos de venerar 4 Maria Santisima con todo el afecto de nuestros corazones. Porque ;quién ama- ré verdaderamente 4 la Virgen y no procuraré ser casto? ;Quién deseard honrar 4 la que lleva la blan- ca sehen de la virginidad, y no hard cuanto esté de su parte para mostrarse puro, no solo en las pala- bras, sino mucho mas en las obras? O dulcisima Vir- gen Marfa, vos habeis sido mi madre, engendrando- me 4 la gracia de vuestro Hijo: vos sois la guia y la _ cabeza de las virgenes, la protectora de las almas castas, y con solo pensar en vuestro corazon amoro- so, se anima el mio 4 convertirse en santuario de la pureza: sed pues, 6 piadosa madre, mi guia en la vi- da, mi amparo en la muerte, y mi abogada en el tri- bunal de vuestro Hijo, para estar seguro de que en — compaiifa lo he de alabar para siempre en el cielo. PUNTO SEGUNDO. Cuando Jesucristo instruia 4 sus discipulos en el camino de la perfeccion, entre otros muchos precep- 1 Div. Greg. Nisen. in caten. Groec. cap, 24.
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