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— 313 — : . PUNTO SEGUNDO. Cuando el Hijo de Dios, que es Ilevado en mages- tuosa carroza formada de los serafines, y est& senta- do en un sdlio de estrellas, se digna venir 4 las ma- nos de los hombres, y se oculta bajo los accidentes del pan, no solo demuestra que sus delicias son estar con los hijos de los hombres, 1 sino que les dispensa un honor tan inefable en si, y de tan sublimes con- secuencias para los favorecidos, que los angeles mis- mos los contemplan admirados, y aun casi desearian ser hombres para tener parte en tanta dicha. Porque viene Dios alhombre para que este lo ame como 4 Padre, lo adore como 4 Dios, lo reciba como amigo, y para que lo acoja y favorezca como 4 pobre. jO dignacion de Dios! ;O dignidad del hombre! Por eso no se inquieta el Sefior en lo mas minimo sobre el trono que ha de ocupar, y la habitacion que ha de tener, dejando este cuidado al amor, al carifio, y 4 la piedad del que es 4 un mismo tiempo hijo, herma- no, y amigo, en cuyo pecho entra con tanta confianza como si fuera & sentarse sobre las alas de los Que— rubines. Esta confianza omnimoda, con que Dios se entrega en las manos desu criatura, es la prueba mas irre- fragable del amor que nos tiene: pues es propio de los corazones que se aman entregarse miituamente, y descansar el uno en el otro sin temor. Mas no es simplemente solo el amor lo que mueve al Sefior 4 tanta dignacion, sino tambien el deseo que tiene de enriquecernos: porque pudiera mandar 4 sus angeles 1 Prov. cap. 8. v. 31.
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