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as hf Sale subiendo 4 las adas aras, tenemos en él la repre- sentacion del Redentor marchando al sacrificio del Calvario, lo que debiera bastar para engendrar en nuestros corazones amor y humildad jcuén acendra- do no debe ser aquel, y cuén profunda esta al con- siderar, que apenas el sacerdote del Sefior dice las palabras de la consagracion, baja del cielo aquel, an- te quien asisten los angeles con temor: aquel que solo posee la inmortalidad y habita una luz inacce- sible, aquel que habiendo muerto una vez por noso- tros, renueva cada dia misticamente en las manos de sus ministros los tormentos y agonias de su muerte? Contempla pues, alma cristiana, con qué reverencia de 4nimo, con qué temor filial, y con qué caridad tan ardiente debes asistir 4 los misterios sagrados, y disponerte 4 recibir el cuerpo de Jesucristo, para que te unas 4 él y no hagas con él sino una misma cosa en espiritu, y te revistas de las mismas virtudes, que él practicé toda su vida, y singularmente al sacrifi- carse por tu amor. ’ Considera por un momento la reverencia, el temor santo, y la indefinible caridad que tenia la Virgen Maria cuando entré en su seno castisimo el Hijo de Dios, para que sea esta Virgen excelsa tu modelo: una sola vez entré aquel en sus entrafias, y tomé tal intensidad el amor que ardia en su corazon, que na- die sino el mismo Dios puede valorarlo, pues Marfa Santisima no pensaba sino en Dios, ni vivia sino para Dios, ni daba una sola respiracion que no fuese para Dios. Mas nosotros que tenemos la dicha de recibirlo tantas veces, 34 qué grado de amor divino hemos 2 1? Tim. 6. 16.
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