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— (08 inherente 4 la magestad de los reyes de la tierra? Cuando te sentares é comer con un principe, decia el sabio, mira con atencion las cosas, que te han puesto delante, y pon un cuchillo d tu garganta. 1 Si tanta reserva es necesaria en la mesa de un rey terreno jeudl no deber& ser la que hemos de guardar antes de comer el manjar celestial que Dios nos da? Cuél ha de ser esta, nos lo dijo el mismo Jesucristo, cuan- do comparé el reino de los cielos 4 las bodas, que un rey ca 4 su hijo, lamando 4 ellas 4 muchos convidados. No quiso este gran rey, que ninguno fuese privado de entrar en sus salones, y era tanto el deseo que tenia de ver llenas las mesas, que man- d6 & sus siervos que saliesen por todas partes 4 con- vidar 4 cuantos pasaban por los caminos. ;Puede darse mayor bondad? Pero al poco aparecié la justi- cia: porque estando ya ocupadas todas las mesas, en- tré el rey 4 visitarlas y 4 ver uno por uno 4 los con- vidados: y habiendo advertido que uno habia entrado sin el vestido conveniente 4 tan augusta compaiiia, lo mandé sacar del convite, y aherrojarlo en la cér- eel, donde no hay mas que llanto y crujir de dien- 2 ’ jAh! Cada uno de nosotros ha de pensar antes de acercarse 4 la sagrada mesa, si estaré él indicado en este hombre desgraciado, que habiendo sido llamado 4 gustar las dulzuras de la mesa divina y 4 gozar de la suavidad del manjar de los angeles, no fué escogido & perseverar en este delicioso convite, por no haber correspondido 4 las gracias de su vocacion. Como si estunéramos 4 punto de salir de este mundo, asi nos 1 Prov. cap. 23. vy. 1 y 2.—% Math. cap. 22. v. 13.

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