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136 siderando la fealdod de nuestros pecados, su muj- titud y grandeza, la desgracia de haber perdido á Dios, su gloria, la felicidad eterna, por un bre- ve y momentáneo deleite. «La confesion que se haga sin contricion, 6 Atricion verdadera, no solo no merece perdon sino que provoca la ira de Dios, dice el P. $, Bernardo (1).» Hay muchos que son muy solici- los en decir todos sus pecados, y despues no po- nen cuidado alguno en la sinceridad del dolor, y en la firmeza del propósito. «¿De qué le sir. vió á Saul, dice el mismo Santo Padre (2), el ha- ber confesado su pecado a Samuel? De vinguna otra cosa sino de hacerlo mas culpable.» «A la penitencia dice san Agustin (3), no la hace cierta sino el odio del pecado, y el amor de Dios. El penitente que no se enmienda se acusa, pero no sana, pronuncia la ofensa, pero no se le quita.» Ademas del dolor debe el pecador manifes - tar sus pecados al confesor, preparándose con el debido ecsámer, «porque da otro modo es impo- sible confesarse bien. Este ecsámen debe hacerse con el cuidado mismo con quese ajustan unas cuentas que son de consideracion. Ninguno hace (4) Serm. 16 sobre los Cant. (2) Loc. eit. (3) Serm, 7.
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