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—93H— quilasen la vida en una noche á ciento y orhenta y cinco mil pecadores: y ya que azotasen al sacrílego Heliodoro, y que des- trozasen ejércitos enteros. ¡Qué horror! No rara vez el pecado de uno sólo ha sido molivo suficiente para la ruina de muchos, como se vió en Egipto por el de Faraon, en Israel por el de David, y por el de Sen- naquerib en los asirios. Tanto llegó Dios á significar este su ódio á los pecadores, que aseguraba le eran fastidiosos sus sacrificios, mandaba á sus profetas que no rogasen por ellos, y aun decia que ni los queria por pueblo suyo, ni ser tampoco para ellos. ¡Oh infelicidad del pecador! Entretanto que los pecadores oprimidos con el inmenso peso de sus. culpas gemian inconsolables al golpe de tantos males, que se hallaban imposibilitados de subir al cies lo, y que se miraban enemigos. de Dios, esclavos de - Lucifer, y condenados á una eterna privacion de la Bienaventuranza, bug- caba: el Señor entre los hombres, -6 pre-

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