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q Er nos demuestra en haber venido él mismo en persona, como prometió por Isaias; y en haberla heche tan: copiosa queen el inmen- so caudal de sus méritos sobró infinito pre- cio para redimir innumerables mundos mas si los hubiese. Suyo es y no nuestro el per- don de los pecados, la gracia que nos jus- tifica y el reino de la gloria á que aspira- mos: cómo podrémos pues conseguir esto sin dolor, sin mortificacion y sin trabajo? Du= ro noses el domar nuestras pasiones, difi- cil el. vencer nuestros espirituales enemigos, y árqua empresa el practicar las virtudes que son los medios necesarios para ganar el cie- lo: pero seremos muy necios, si teniendo á la vista el ejemplo de nuestro Redentor nos imaginamos el poder superar estas dificul- tades por otro medio que el de llevar con fortaleza y constancia la cruz del padecer cuanto para esto se juzgue necesario. ¡Ah, infelices de nosotros si giramos por otro rum- bo del que nos enseña Jesucristo!

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