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—80— ficios mas devotos, ni las mas religiosas oblaciones, ni la multitud innumerable de las hostias que continuamente se ofrecian á Dios sobre las aras, alcanzaban á redimirnos de aquel mal. Seesperaba la venida de un Me- dianero tal, que unierido en una sola per- sona los estremos de las dos naturalezas di- vina, y humana, pedeciese en esta por lo que nosotros” en ella habiamos delinquido, y con el valor que de la dignidad de aque- lla resultaba en sus obras, satisfaciese infi- nito mas de lo que montaba nuestra deu- da. Llegóse pues la plenitud de los tiempos, y descendiendo de las reales sillas de los Cie- los el Omnipotente Verbo de Dios, y unigé- nito del padre, se vistió la semejanza de la carne del pecado para en ella obrar nues- tra salud, por medio de una copiosa reden- cion. Para efectuar esta puso sobre sus es- paldas aquella pesada cruz, y en ella todas nuestras iniquidades, y su merecida pena; la conduja hasta ol calvario, y <o ofrociá en ella en sacrificio para el remedio del mun-
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