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E nasio y S. Gregorio Magno, estuvo en el cal- vario al pié dela cruz aguardando que mu- riese en ella para ver si podia hallar algo en él que le diese arbitrio para apoderarse y hacer presa de su alma sacratísima. ¡Qué arrojo tan temerario! ¡Qué soberbia tan igual! ¡Oh arrogancia propia solo de un demo- nio! A todo este inmenso caudal de soberbia en Satanás opuso nuestro Señor Jesucristo para vencerlo el peso infinito de su estu- penda humildad. Con esta se abatió, no so- lo hasta anonadarse en la forma de siervo que vistió con nuestra humana naturale - za, sino hasta ocultar la grandeza y los resplandores de su divino ser en la reali- dad de una carne mortal y pasible, y aun hásta el esceso de envilecerse con la seme- janza de pecador, tomando sobre sí la pe- na y el remedio del pecado, cuando se abra- 26 con la cruz. Con ella se presentó como delincuente entre los malhechores á vista de todo el mundo, se hizo el blanco de la
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