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pd A para bien nuestro por las calles de Jeru- salen! ¡Y qué avergonzada la muerte se es- conderá en su misma' nada, cuando mire peseedores ya de inmortal vida á los que antes fueron funesto despojo de su guada- ña! ¿Dónde, oh muerte, están aquí tus vic- torias? ¿Dónde está ya tu estímulo, óla cau- sa de tu poder? ¿Dónde el triunfo que ne- ciamente voceabas haber conseguido del So- berano autor de la vida, y aun de la vida misma? Venció tu orgullo Jesucristo con su cruz, te sujeló 4 su imperio, y con su pa- ciencia te dejy para:siempre aniquilada. REFLEXION. No porque venció á la” muerte nuestro Señor Jesucristo con su eruz y con su muer- te nos hemos de imaginar ya esteptuados de morir. Seriamos muy necios si sabiendo que murió el que no tuvo pecado, nos ereyése- mos seguros de no sufrir la justa pena de los nuestros. Hemos de morir, porque somos pecadores, y porque con absoluto decreto lo tiene Dios establecido.

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