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08 en que nacemos, hasta el último de nuestra vida: y él nos trae el insoportable peso de: la Ira de Dios, de su ódio y de su maldicion, no ménos que el de los mayores tormentos en una infeliz eternidad. Por él nos vemos avasalla- dos de nuestra torpes pasiones, dominados de nuestros brutales apetitos, y arrastrados de nuestras malas inclinaciones. Por él pade- cemos la contradiccion y el mal trata= miento de' todas las criaturas, y aun de nuestros propios humores y de nuestros mismos deseos, y por él somos el oprobio de la naturaleza, el horror de los insensibles. yel objeto de la comun indignación, y del mayor desprecio. ¡Oh que esclavitud de esta tan digna de llorarse! Pero ninguno 'esperimentó tanto como nuestro Señor Jesucristo esta gravedad infini- ta del pecado. Aquel Señor que nunca pecó, ni pudo jamás “pecar, llevó sobre $u cuerpo nuestras culpás en el madero de la' cruz, que voluntariamente abrazó por nuestro remedio. Et péso de ellas, que para” rosotros” que' las

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