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la viuda Sareptana cuando le habló el San- to Elias, en cuyo hecho misterioso se nos enseña la necesidad de valernos de ella para ser dichosos en la vida, y en la muerte. El celo de nuestra Señor Jesucristo nos ha proporcionado tanto bien: la cruz que puso por él sobre sus hombros, nos: ha mereci- do tanta felicidad; y el gran poder de su mérito, y de su virtud pudo aplacar la justicia de su eterno Padre, y á nosotros causarnos la dichosa suerte que perdimos con el “pecado. ¡Ab cuánto debemos á $u celo, á su cruz, y á su poder! REFLEXION. Sangre, vida, y méritos de un Dios hom bre han sido necesarios para desagraviar á la Magestad intinita, satisfacer á su justicia, é impetrar su misericordia para el mundo. ¿Qué puedo inferir de aquí, sino que ni al- canzaré esta misericordia, ui escusaré el ri- gor de aquella justicia, ni podré aplacar al Señor ofendido con mis culpas, mientras

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