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—119— asombra la tierra, y toda la naturaleza se horroriza de ver, que se atreva el que es polvo, ceniza y cienoinmundo contra aquel supremo Ser, en cuya comparacion todas las cosas criadas son como si no fuesen, y en la. realidad son reputadas como nada en su presencia. ¿Quién podrá comprender la enor- midad de este agravio? ¿Quién sabrá pon- derar el alto grado á que sube esta injus- ticia? ¿Ni quién conocerá bastantemento el todo de este atentado? ¡Ah, que no tiene semejante! Ni la burla que hizo el perver- so Can de su buen padre Noé: ni la inso- lencia de Semei en tirar piedras y repetir maldiciones contra su mismo rey David: ni la sacrilega cruelísima impiedad con que el réprobo Saul mandó quitar la vida al su: mo pontífice Abuimelec con otros muchos ve- nerables sacerdotes que le acompañaban, es bastante para darnos ni una pequeña idea de la infinita ofensa que recibe Dios con el pecado. ¡Oh execrable malicia de la culpa! En vista de esto no debe parecer: estra-
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