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ds dinacion que la que exigian sus torpes bru- tales apetitos. La mentira, la vanidad y el deleite les llevaban toda la atencion: la en- vidia, la codicia y la sensualidad eran to- do su ejercicio; y las reglas para su go- bierno la concupiscencia de la carne, la con- cupiscencia de los ojos, y la: soberbia - de la vida. Este era el mundo, y asi vivian sus infelices partidarios, cuando apareció en él su mismo Hacedor y Criador, sin que el mundo le conociese, ni quisiesen aun los propios suyos recibirle. Estos, que debian reconocerle por su legítimo Rey, y adorar- le por su verdadero Dios, fueron los que mas se esmeraron en perseguirlo: ellos le maldicen, le blasfeman, y aun intentan pre- cipitarlo por un despeñadero: le aborrecen, se arman de piedras para tirárselas, le des- tierran de su patria, y se les oye repetir: Venid, y tratemos de poner sobre el pan de su cuerpo el pesado madero de una cruz; pa- ra que borremos de la tierra su memoria, y su nombre no se oiga=mas en toda ella. Asi
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