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—112— muestro Señor Jesucristo hace á los unos ofrecerse prontos á beber el cáliz amarguí- simo de los tormentos, y admitir el san- griento bautismo de una muerte cruelísima; obliga á otros á crucificar su carne con rígidas penitencias y con estraordinarios ri- gores; y estimula á todos ú que le sigan alegres por el árduo camino de la adver- sidad, reputándose por muy dichosos con que su Magestad los haga dignos de padecer por su amor á imitacion y semejanza suya. ¡Oh poder admirable del ejemplo de Jesucristo! ¡Ob virtud y eficacia prodigiosa de su cruz! Los desprecios, las injurias, los malos tra- tamientos, las perscuciones, las calumnias y los mayores agravios se miran ya como favores; se aprecian como beneficios y se aman como especial misericordia del Señor, porque como tales los estimó Jesucristo, y los elevó á esa altura con la cruz que pu- so sobre sus espaldas. El horror eon que naturalmente se miraban, ha desaparecido, y se ha sustituido en sa/lugar el amor, el
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