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— MM: = mandamientos todo el tiempo de su vida, y temblan- do de espanto ante la grandiosa majestad de Dios, decía á su caudillo : «No nos hable ya el Señor, no sea que muramos, mas tú comunicanos cuanto tenga á bien ordenarnos, y te obedeceremos. » Aún intimó Dios á Moisés otras leyes referentes á la adminis- tración de justicia y organización civil y religiosa de su pueblo. 43. El becerro de oro. Apesar desus promesas el pueblo hebreo no cumplió los divinos mandamientos. Moisés había subido de nuevo á la montaña, donde permaneció durante cua- renta días y cuarenta noches; y como viese el pueblo que tardaba mucho en bajar, acudió tumultuosamente á Aarón, exigiéndole fabricara dioses para rendirles culto y adoración. Con los pendientes, brazaletes y demás alhajas ofrecidas espontáneamente por las mujeres, hizo Aarón un becerro de oro, al cual aque- llos ingratos sacrificaron holocaustos y hostias pací- ficas, y á cuyo honor bebieron y danzaron alegre- mente. Cuando Moisés bajó del Horeb y vió la honra de Dios mancillada por aquellos malvados, irritado en extremo. arrojó de la mano las tablas de la ley y las hizo pedazos á la falda del monte ; arrebató des- pués el becerro, lo quebrantó y echó al fuego y lo redujo á polvo, que mezclado con agua dió á beber á los hijos de Israel. Reprendió ásperamente á Aa- rón por su debilidad, y poniéndose á la puerta de su tienda, gritó con voz esforzada: « Quien sea del Señor júntese conmigo. » Al momento se le reunió toda la tribu de Leví, la cual atravesó el campamento. hirien- do á cuantos prevaricadores se le ofrecían delante. Tres mil personas mataron aquel día los levitas. Son también merecedores de castigo, los que, olvidados de los bienes celestiales, ponen desmedido afán en acumular

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