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de combatirlos con los jóvenes más robustos y vale- rosos del pueblo, mientras Moisés oraba al Señor en la cima del monte, sosteniendo la vara en la mano. Siempre que Moisés permanecía con los brazos ex- tendidos, vencian los israelitas, y cuando, fatigado del cansancio, los bajaba, vencían los amalecitas ; lo cual visto por Aarón y Hur. hiciéronle sentar sobre una piedra y le sostuvieron los brazos levantadas en alto hasta la completa derrota de los enemigos. Por aquellos días, cediendo Moisés á los consejos del sacerdote Jetró su suegro, repartió el gobierno del pueblo entre una Junta compuesta de los más prudentes y probos ciudadanos, á quienes consti- tuyó jefes de tribu y encomendó la resolución de las causas ordinarias, reservándose para sí las más gra- ves. 42. El Decálogo. A los tres meses de haber salido de Egipto, a- camparon los israelitas al pie del monte Horeb, donde permanecieron cerca de un año. En la cumbre di ese monte habló el Señor á Moisés de esta manera : «Vosotros sois testigos de los prodigios que he obra- do para destruir á los egipcios, de cuya servidumbre os he salvado. Si observareis los artículos de mi A- lianza, seréis mi pueblo escogido. Purificaos hoy y mañana, y estén todos preparados para el día ter- cero, en que descenderé sobre la cumbre de la mon- taña á vista del pueblo, para comunicarle mi ley. El amanecer del día tercero fué anunciado con el confuso estruendo de infinidad de truenos y los siniestros resplandores de los relámpagos. Densa nu- be envolvía el monte Horeb, y un ruido estrepitoso á modo de trompeta resonaba por toda la montaña, la cual despedía humo y llamaradas en todas di- recciones. El pueblo contemplaba, aterrorizado, desde 3 4005
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