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iS ii $ e] 4 á a de cometer tamaña iniquidad ; registra nuestros costales, y si aparece la copa, muera aquel en cuyo poder se hallare, y llévanos cautivos á los demás. » El mayordomo replicó : « No he menester de todos; bástame, para esclavo mio, el hurtador de la copa. » Dicho lo cual, dieron con los costales en tierra,y abrió cada uno el suyo para que el mayordomo lo regis- trase. La copa se halló en el de Benjamín. Llenos de consternación y rasgándose las vestiduras en señal de dolor, tornaron á la ciudad, y se presentaron á José, quien les increpó de esta manera : « ¿Por qué os ha- béis atrevido á hacer cosa tan mala ? » Judá contestó humildemente : « Sin duda Dios nos castiga por algu- na gran maldad que habremos com« tido; desde ahora todos somos ya esclavos Luyos. » « Líbreme Dios de castigar á todos, dijo José ; quien robó mi copa, sea únicamente mi esclavo, los demás podéis marchar en paz á vuestro padre. » Judá, estimulado por el compromiso adquirido, se atrevió á hablarle de este modo : « Señor, yo quedé con mi padre en responder de su hijo, y renuncié para siempre á su perdón si Benjamín no tornaba con nosotros. Como mi padre no le vea, ha de morir de pena ; por tanto, yo quedaré como esclavo tuyo y te serviré en lugar de mi hermano menor : que prefiero quedarme aquí, viviendo en la esclavitud, á presenciar la aflicción mortal que la pérdida de Benjamín ha de ocasionará mi padre. » 20. José se da á conocer á sus hermanos. Acabado que hubo Judá su relato, no pudo José dominar la emoción que le embargaba, y rompió á llorar á voz en grito, siendo oído de los egipcios y de toda la familia de Faraón. « Yo soy José, les decía, ¿vive todavía mi padre ? » Sus hermanos quedaron estupefactos ante esta revelación. « Sí, prosiguió, yo LESA ARAS DA: EPA me E ALNAAIA
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