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En cambio Pio VII, libre ya de los furores y caprichos de Napoleón, entra triunfante en Roma entre el jú- bilo de los cardenales y las bendiciones del pueblo cristiano. 38. La Iglesia en el siglo XIX. El siglo XIX lleva marcado en la frente el estig- ma de la incredulidad en materias religiosas. Fecundo en alborotos políticos, tan rico en inventos físicos como falto de fg y de piedad, y ardiendo en ansias de bienestar y de comodidades, el siglo XIX ha pasado á la historia, llevando consigo los inicuos decretos merced á los cuales ha sido destruído el principado temporal del romano pontífice, robados en varias naciones los bienes de la Iglesia, proscritas las órde- nes religiosas, secularizada la enseñanza, proclama- dos el matrimonio civil y el divorcio y, en una pala- bra, privada frecuentemente la religión católica de la libertad que á la herejía y aun al paganismo se ha concedido. El liberalismo se afana por desenten- derse de los deberes impuestos por Dios y por la Iglesia en el gobierno de los pueblos. El socialismo trata de restablecer el equilibrio entre el capital y el trabajo, con tendencia siempre á perjudicar al proprie- tario en beneficio del obrero; y como aumenta tan prodigiosamente el número de sus adeptos, tiene en constante inquietud á los gobiernos, que no saben ya qué partido tomar para solucionar los conflictos que diariamente crea el pavoroso problema social. El anarquismo ó nihilismo, rechazando toda autoridad divina y humana, persigue con encarnizamiento la destrucción general por medio del puñal y de la dina- mita ; razón por la cual en las ciudades populosas hállanse en continua zozobra los pacíficos transeun- tes, sobre todo si son de alta categoría. Y es que como los pueblos pretenden emanciparse de la obediencia

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