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por Voltaire, y publicando su famosa Enciclopedia, saturada de ateísmo y de teorías en extremo antirre ligiosas. Los volterianos no admitían la inmortalidad del alma, y como por ende no esperaban felicidad alguna en la otra vida, procurábansela en la presente por cuantos medios estaban á su alcance. Los escritos de Voltaire y sus discípulos ejercen aún hoy pernicio- sísima influencia en los ánimos de los lectores, A estos sucedió Jacobo Rousseau, varón de cos tumbres corrempidas, soberbio, ingrato y de exalta da fantasía. No acudió como Voltaire á la calumnia y al sarcasmo para atacar á la religión cristiana, pero empleó para el mismo objeto los sofismas y las obje- ciones, contradiciéndose á sí propio no pocas veces. Voltaire pretendió destruir el cristianismo, y Rous- seau, el apóstol de la religión natural, contribuyó á la ruina del orden social. Así prepararon entre todos la revolución francesa, pues no cabe duda que la per turbación del orden político fué consecuencia de la perturbación habida en el orden religioso. Lo cual confirma con sublime elocuencia Donoso Cortés en su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socia- lismo, diciendo : « Los primeros idólatras salen apenas de la mano de Dios, cuando dan consigo en la de los tiranos babilónicos. El Paganismo antiguo va ro- dando de abismo en abismo, de sofista en sofista y de tirano en tirano, hasta caer en la mano de Calígula, monstruo horrendo y afrentoso con formas humanas, con ardores insensatos y con apetitos bestiales. El | moderno comienza por adorarse á sí propio en una prostituta, para derribarse á los pies de Marat, el tirano cínico y sangriento, y á los de Robespierre, encarnación suprema de la vanidad humana con sus instintos inexorables y feroces. »

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