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— 316— fueron muy mal quistos de los agustinos. El dominico Juan Tetzel, aunque sabio y virtuoso teólogo, no dejó de proferir en algunos de sus sermones ciertas exage- raciones y despropósitos en la manera de apreciar las indulgencias, y Lutero, que era de un natural inquieto y soberbio, aprovechó la ocasión para de- clamar contra el religioso dominico, llegando su osa- día hasta el extremo de negar la absolución á los penitentes que escucharan los sermones de Tetzel. Pero no se contentó Lutero con dar expansión á pasadas rentillas y á antiguos resentimientos ; como estaba tan indeciso en la fe, atacó de frente al dogma mismo de las indulgencias, y reprobó las limosnas que con ocasión de ellas se ofrecían. Un día apare- cieron pegadas en las puertas de la iglesia de Witem- berg 95 proposiciones suyas, en las que se sustenta- ban doctrinas contrarias á las profesadas por la Iglesia acerca de las indulgencias y sobre la potestad de perdonar los pecados; mas para desviar de sí el odioso calificativo de hereje, aseguraba el muy pérfido que no pretendía contravenir á las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, Santos Padres y romanos pon- tífices, y que desde luego sometía sus afirmaciones al juicio de sus superiores. En una conferencia pública habida en Leipzig en 1519, el sapientísimo Ecx rebatió con admiración y aplauso de todos los circunstantes las objeciones que Lutero y sus secuaces presentaron en contra del libre albedrío, purgatorio, primado del romano pon- tífice, tradición y autoridad de los concilios y de los Santos Padres. A consecuencia de esta disputa pu- siéronse en conflagración los ánimos de los doctores de uno y otro bando ; entre los humanistas encontró Lutero sus amigos más predilectos, principalmente en Ulrico de Hutten, autor de varios libelos incen- diarios.
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