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CAPÍTULO V. La reforma protestante. 31. Antecedentes de la reforma protestante. Fué por demás angustioso el estado de la Iglesia á fines de la Edad Media. Nadie desconoce que en la Iglesia habíanse introducido muchos y muy graves abusos ; los romanos pontífices fueron los primeros en reconocerlos, y por lo mismo buscaban el modo más acertado para remediarlos. La lucha entre el sacerdocio y el imperio, las perturbaciones originadas por el cisma de Occidente, el influjo maléfico ejercido por el Derecho Romano en los gobiernos, las debilida- des y condescendencias de los papas de Aviñón y el verse cohibida frecuentemente la Iglesia por los príncipes cristianos en la provisión de los cargos eclesiásticos en personas dignas, dieron ocasión para que el prestigio de la autoridad pontificia menguase, y creciese en los corazones el espíritu de rebelión. Las doctrinas cismáticas aceptadas y defendidas por muchos prelados en los concilios de Constanza y de Basilea, la corrupción de costumbres introduci- da por la resurrección de las artes y literatura paga- nas, la decadencia en la piedad y en los sentimientos religiosos de muchísimos individuos del clero secu- lar y regular, la política egoísta y anticristiana de las cortes europeas y el temor de perder dignidades y cargos malamente adquiridos, contribuyeron' á dis- minuir en los fieles el respeto debido al romano pon- tífice y á formar cierta atmósfera de prejuicios contra la corte romana, debilitaron la unidad de la Iglesia, favoreciendo el establecimiento de iglesias nacionales, excitaron los odios contra el clero y las órdenes religio- sas, y lograron, por fin, colocar en tan crítica situación
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